Mientras los árboles chinos florecen en China, los cisnes del río Cruces emigran a otros ecosistemas y las marionetas de madera burlan a las de plástico barato, al resto de la humanidad le surgen enigmas por resolver y cuestiones que afrontar.
El acaso se levanta por la mañana y nos golpea desprevenidamente la nuca. Dicen que suele hacerlo, sobretodo cuando el día anterior se tragó una de acción de los años ochenta y cinco orujos. Hay que tomar decisiones y hay que tomarlas ya. Suelta como quién no quiere la cosa.
De repente, la impura y tentadora adversidad se asoma por la puerta de la cocina en un camisón satén, nos abruma con sus curvas y nos hipnotiza con sus labios, consiguiendo finalmente, hacernos arrugar la frente. Nos desconcertamos unos instantes.
Cada uno tiene sus ambiciones, digo al cabo de un rato, sus preferencias, sus manías, caprichos, sentimientos, sueños, ilusiones y motivos para vivir. Probablemente, son diferentes los unos a los otros y justamente esto, es lo que nos hace únicos y especiales.
Yo, seguidora frustrada de la realidad más pura y poco amiga de las naves espaciales, afirmo aquí y ahora que nuestro planeta está atestado de pequeños seres característicos no identificados que viven por vivir.
Son aquellos que huelen el tacto de una mirada, son aquellos que dibujan el delirio de un baobab, aquellos que son genios y no lo saben, que provocan risa sin reír, que se alegran porqué sale el Sol y porqué después de una buena lluvia, el césped huele a césped. Son aquellos que viven para ser y son para vivir, que gozan para sonreír y sonríen para gozar.
Yo, seguidora frustrada de la realidad más pura y poco amiga de las naves espaciales, afirmo aquí y ahora que quizás no abundan, pero existen. Afirmo que los he visto y que si te acercas demasiado, son contagiables.